martes, octubre 28

Murió la actriz Adriana Aizemberga a los 86 años

Un golpe durísimo sacude al mundo del espectáculo argentino. La Asociación Argentina de Actores confirmó este lunes el fallecimiento de Adriana Vera Aizemberg, una de esas figuras imprescindibles que con su talento inagotable y su compromiso inquebrantable, supo dejar una huella imborrable por igual en el teatro, el cine y la televisión. A sus 86 años, se despidió una verdadera maestra, una actriz que fue mucho más allá de las luces y las cámaras, y cuya vida estuvo marcada también por un costado poco conocido: su ferviente lucha gremial.

El lunes la bomba explotó en las redacciones: Adriana Aizemberg, esa cara conocida que vimos en infinidad de ficciones y obras que marcaron época, se apagó a los 86 años. La noticia, confirmada por la Asociación Argentina de Actores, no tardó en replicarse, dejando un sabor amargo en el corazón de colegas y admiradores. El comunicado oficial no solo lamentó su partida, sino que también destacó su «prestigiosa y amplia trayectoria artística», enviando condolencias a su familia y seres queridos. Pero la vida de Aizemberg fue mucho más que un currículum; fue una entrega total al arte y a sus compañeros.

De las tablas históricas a las series que devoró el país: una vida de éxitos

Adriana Aizemberg nació en Santa Fe un 1° de diciembre de 1938. Pero la capital la esperaba, y con ella, las luces del escenario. Se radicó en Buenos Aires con una meta clara: ser actriz. Y vaya si lo logró. Sus primeros pasos los dio en el mítico Teatro Fray Mocho, brillando en obras como Historias para ser contadas. Se formó con el gran Augusto Fernandes y fue pieza clave en el nacimiento del grupo ETEBA, compartiendo sueños y escenarios con pesos pesados como Helena Tritek, Hugo Urquijo, Lito Cruz y Héctor Bidonde. ¡Un verdadero dream team de la cultura!

Su paso por el teatro es una enciclopedia. Integró el elenco estable del Teatro San Martín y colaboró con el grupo «Gente de Teatro», bajo la dirección del legendario David Stivel. ¿Nombres de obras? ¡Agarrate! La señorita de Tacna, Fausto, Seis personajes en busca de un autor, El violinista en el tejado, Houdini, Nenucha, la envenenadora de Monserrat y la icónica La calle 42. Demostró que era una actriz capaz de meterse en cualquier piel, con una versatilidad que hoy pocos pueden ostentar.

Y si de versatilidad hablamos, el cine y la televisión no se quedaron atrás. Adriana Aizemberg dejó su marca en películas que son clásicos de nuestra filmografía: La Raulito, Plata dulce, Mundo grúa, El abrazo partido, Derecho de familia, Amapola, Los delincuentes y El pozo, por nombrar solo algunas. ¡Un lujo!

En la pantalla chica, ¡la rompió por completo! Participó en ciclos que todos recordamos y amamos: desde la reciente y exitosísima El encargado hasta Poliladron, Mujeres asesinas, Vulnerables, Amas de casa desesperadas, Los exitosos Pells, Signos, Generaciones y el mítico El mundo de Antonio Gasalla. Su cara, su voz y su talento eran garantía de éxito. Y como si fuera poco, en algunas obras teatrales también se animó a cantar, demostrando que su arte no tenía límites.

Tanto fue su aporte, que en 2004 le llegó un reconocimiento más que merecido: el Premio Podestá a la Trayectoria Honorable, una distinción compartida entre la Asociación Argentina de Actores y el Senado de la Nación. Un premio que solo confirmaba lo que todos ya sabíamos: Adriana Aizemberg era y será una de las grandes.

Más allá de los flashes: la otra pasión de Adriana Aizemberg que pocos conocían

Pero Adriana no solo fue una estrella frente a cámara o sobre las tablas. Su vida también estuvo marcada por un profundo compromiso gremial, una faceta que quizá no todos conocían, pero que fue tan importante como su carrera artística. Estaba afiliada a la Asociación Argentina de Actores ¡desde 1964! Y no era una socia más: entre 1996 y 1998, integró el Secretariado Mutual del sindicato, durante la presidencia de Pepe Novoa.

Su rol institucional no buscaba el aplauso ni la foto. Fue un trabajo silencioso, comprometido y fundamental. Su voz fue parte del cuerpo colectivo que representa a los artistas, una lucha constante por los derechos de sus compañeros. El sindicato la despidió con «profunda tristeza» recordando su rol de «ex dirigente», un testimonio del respeto y el cariño que se había ganado.

En entrevistas que hoy resuenan con más fuerza, Adriana Aizemberg siempre tuvo claro su destino. Contaba que su vocación por la actuación la impulsó desde Santa Fe hasta la efervescencia cultural porteña. Y aunque su familia no venía del «ambiente», la nutrieron de cultura y arte desde chiquita, armando el camino para la gigante que se convertiría.

Detrás de esa trayectoria brillante y ese compromiso inquebrantable, Adriana cultivó un perfil discreto en su vida privada. Estaba casada con el también actor Carlos Moreno, y tuvo un hijo, Rodrigo, que siguió sus pasos en el mundo del cine como director. Una vida dedicada al arte, a la familia y, sobre todo, a la pasión de ser actriz. Adriana Aizemberg se fue, pero su huella, su legado y el recuerdo de su talento, quedarán grabados para siempre.