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La escuela de Andino se refunda sobre la base de la solidaridad y el compromiso

El crecimiento de la población dejó chico al edificio. Se pusieron en campaña para agrandarla. Y el apoyo no tardó en llegar.

 

La escuela primaria Nº 256 de Pueblo Andino cumplió sus cien años y comenzó una nueva etapa. Con la solidaridad y el compromiso como bandera, la comunidad educativa prevé que con el crecimiento poblacional no podrá abastecer la demanda para el 2019 y puso manos a la obra. Sumando la colaboración de públicos y privados se está reformando un espacio y esperan estrenar el año próximo un nuevo salón, en una suma de esfuerzos que abonan la escuela pública para cosechar ciudadanía.

Luego de un proceso de reorganización institucional con una directora interventora, el equipo de docentes, padres y alumnos, aunó voluntades y encontró en la solidaridad el eje de un nuevo despertar. Con objetivos y prioridades avanzaron en lo administrativo, lo edilicio y lo pedagógico.

En el casco central de la localidad, la escuela Manuel Belgrano recibió a este diario. En el patio, una profe terminaba de ponerle color a una mesa, después de haber cubierto con mandalas la pared del pasillo de ingreso. Quedaba en evidencia el cambio rotundo que se observa: de adentro hacia afuera.

Diariamente acuden 260 niños, de entre seis y 12 años, ya que es la única escuela primaria ubicada en el centro de la localidad. Los chicos están divididos en 11 secciones: seis matutinas y cinco vespertinas. Pero el notable crecimiento demográfico dejó en evidencia que había que tomar decisiones. En los últimos tres meses comenzaron las clases 25 alumnos más, es decir, prácticamente una división nueva. Y evalúan que se incorporarán entre 15 y 20 estudiantes más el año próximo. Con esto, las dimensiones quedarán pequeñas en relación a la demanda. En consecuencia, la familia de la 256 se puso a elaborar estrategias para brindar un espacio de calidad.

Gran crecimiento

En diálogo con La Capital, la directora, Ivana Martínez, detalló: «Pueblo Andino ha crecido mucho poblacionalmente. Y esta escuela, que en sus comienzos estuvo pensada para un pueblo de determinadas características, ahora quedó chica».

En ese contexto de sostenida alza de la matrícula debieron lanzar la cruzada para resolver de una manera previsora la situación: Necesitaban como mínimo un salón más que se convierta en dos secciones, una a la mañana y otra a la tarde. Acudieron al Ministerio de Educación de la provincia, que gestionó ante la Nación pero la respuesta fue lapidaria: «No hay fondos para nuevas aulas». Entonces iniciaron una evaluación los recursos, con imaginación y ganas de proponer soluciones y detectaron una alternativa viable: «El edificio tiene 70 años y cuenta con una casa habitación que desde hace mucho tiempo está vacía. El desuso y la falta de mantenimiento la deterioraron. Como tenían ese espacio físico concreto y refaccionar sale menos que un aula nueva, se pusieron a trabajar.

Y la ayuda llegó

Así comenzaron los trámites administrativos y se plantó la piedra fundamental para la suma de voluntades: «Enviamos el expediente al ministerio para dar de baja la casa habitación e incorporarla para uso pedagógico. Y empezamos a pedir fondos», recordó la directora. El frigorífico local Larrauri donó 16.500 pesos que se utilizaron para picar las paredes húmedas, revocarlas y derrumbar un baño. De esa manera el espacio comenzó a cumplir con los requisitos de dimensiones establecidas para convertirse en un salón.

Y con los primeros resultados apareció la motivación: «Eso hizo que nos aventuráramos, empezamos a promocionar todas las actividades que hacemos, para que la gente sepa que todo el dinero que llega se invierte, que se le da un buen destino», señaló Martínez. Y no tardó en aparecer un nuevo vínculo: «Se acercó un vecino que trabaja en Terminal 6 y nos propuso un proyecto que se llama «Ayúdanos a ayudar», que entrega materiales para la construcción, lo gestionamos y nos lo aprobaron. La semana que viene estamos recibiendo insumos por un monto de 60 mil pesos», abundó.

Fue de esa manera, de a poco con muchas expectativas pero paso a paso, que fueron encontrando nuevas puertas o llamados con propuestas. Martínez afianzó: «Al ver que uno se compromete, que gestiona y que vamos consiguiendo, dan más ganas de apoyarnos».

Todo lo bueno se les fue dando. Poco después, un ex alumno, hoy arquitecto y al frente de una empresa constructora, entendió que podría hacer algo por su escuela: ofreció como donación el trabajo de profesionales y materiales para las paredes, y garantizó que empleará todo el esfuerzo necesario para que en marzo los chicos estrenen el aula.

Mientras tanto, el Ministerio de Educación les acercó tres partidas de Fondo de Asistencia para Necesidades Inmediatas (Fani) que fueron utilizados para la instalación eléctrica completa y quitar el cielo raso añejo. Y recibió en tiempo y forma el Fondo de Asistencia Educativa (FAE) por parte de la comuna, lo que les brinda la posibilidad de proyectar. El resto de lo que falte, sobre todo en mano de obra, será afrontado por la cooperadora.

Durante todo enero la escuela va a estar en obra, coordinada por el papá de un niño que acude a la institución, que es arquitecto. Van a hacer un salón, una sala de reuniones y lectura y un espacio de guardado. Hace tiempo que la biblioteca ya se convirtió en salón, y en caso de que no lleguen con los plazos el comedor correrá la misma suerte.

Nueva oportunidad

Los objetivos formativos fueron cumplidos, pero la sensación de las docentes es que todavía pueden dar más.

Una crisis institucional los golpeó y les dio la oportunidad de ser mejores. Y no lo dudaron. Hoy no son sólo una escuela, sino una comunidad que se aferra a la idea de construir educación pública desde la calidad y la comodidad edilicia, desde el compromiso, la acción, el no mirar para otro lado.

La mejor herramienta, la más efectiva siempre estuvo y hoy la enarbolan en el mástil del frente. Cien años después, se cumplió un ciclo y nació una nueva etapa nutrida sobre todo de compromiso ciudadano.

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